Sábado, 08/02/25
Salir del juego
«La gran soledad es darse cuenta de que la gente es idiota.»
Gonzalo Torrente Ballester, escritor
«Si usted es tonto, no lo demuestre tanto.»
Jose Luis Mota, humorista
Nos guste o no admitirlo, estamos idiotizados por las numerosas impresiones que nos rodean y a las que les concedemos nuestra energía a través de la atención, mientras absorben nuestra mente, y con ello nuestro potencial creativo. Los medios de información hace años que dejaron de serlo para verse convertidos en medios de manipulación masiva, y lo que es peor: han generado adicción a su cantinela. ¿De verdad necesitamos saber todo aquello que cuentan? ¿Por qué y para qué?
A través del poderoso sentimiento del miedo, despertado vía inoculación a través de las noticias, nos roban la posibilidad de crear nuestras vidas en auténtica libertad. Paralizan nuestros actos a través de un terror siempre infundado y con sospechosas intenciones de fondo. Así es como el individuo es sometido a una prisión cuyos barrotes se alternan entre un consumo compulsivo, y el fruto de una producción desmedida, cuyo único beneficiario permanece siempre oculto tras de una brumosa sombra.
Se nos considera y trata como piezas de una inmensa maquinaria donde el ser humano, en su fomentada ignorancia -no interesa que el hombre sepa-, se afana por hacer girar la rueda del hámster en la que se encuentra, y de la que parece imposible salir. Quizás, y sólo quizás, la comprensión pueda ser capaz de romper el estado hipnótico en que se encuentra sometido de forma voluntaria a semejante esclavitud inconsciente, a cambio de una aparente seguridad adornada de comodidad.
Detener semejante rueda no parece posible, y salirse de ella mucho menos. Los medios de desinformación masiva y la adicción a las impresiones, que tan astutamente se ha implantado, consumen prácticamente toda la energía de que disponemos, la cual nos sería necesaria para realizar la hazaña, sino proeza, de salir del hábito mecánico al que el hombre contemporáneo se ve sometido sin apenas darse cuenta. Este es el auténtico drama de nuestra sociedad; drama, cuando no tragedia.
Si un día el hombre tuvo una posibilidad, ya la ha perdido en el tortuoso mundo material. Así de engañado continúa buscando el aliciente de una inexistente quimera denominada “felicidad”. Sin embargo, tal felicidad no existe. Si en verdad existiera, hace tiempo que se vendería como artículo de lujo. Cuanto antes se comprenda, mejor. Semejante ideal de felicidad es la zanahoria que el burro tiene delante y que le impulsa a continuar dando vueltas y más vueltas a la noria hasta morir.
“Produce mucho, consume más… y ¡muérete pronto!” parece ser la consigna callada del implacable sistema que nos contiene. Un sistema capaz de crear ejércitos de hombres-máquina, seres desalmados, sin otra finalidad que la ingente producción y posterior consumo, y de los que se carecerá de escrúpulos a la hora de deshacerse en el instante en que dejen de ser útiles, es decir: rentables. No obstante, el tiempo de las revoluciones pasó. Ahora, la única revolución posible es la de la consciencia.
El “darse cuenta” es mágico cuando se torna constante y no solo flor de un día, pues podría llevar al hombre a despertar de la hipnosis colectiva en que vive, brindándole la oportunidad de salir de la rueda que le esclaviza sin saberlo. Sólo la comprensión puede llevar a la libertad. Sólo la verdad interior puede liberar al hombre. Tal comprensión es siempre individual. Es el propio individuo quien despierta, nunca será la sociedad en su conjunto. Sólo el individuo tiene una oportunidad.
Una revolución de masas en contra del sistema carece de todo sentido hoy en día, quizás también ayer y mañana. Sin embargo, cuando alguien despierta a su propia consciencia y «se da cuenta», nada es posible hacerse por reintegrarle a la cloroformizada ensoñación. Darse cuenta de la maya-matrix que por ignorancia nos envuelve y salir de ella es tan solo cuestión de un instante de consciencia. Basta despertar para dejar de estar adocenado y sometido, es decir: esclavizado.
Sin duda que la gran maquinaria continuará funcionando. Es inevitable, y tampoco se pretende lo contrario. En realidad, un hombre despierto, libre de verdad porque se ha liberado de su ego, ya no pretende nada, no quiere nada, no desea nada, ha abandonado todas sus expectativas. Tampoco creerá nada de todo lo que vea y oiga. Ese hombre simplemente es. Observará, sonreirá y callará. No estará en el juego, en ningún juego, aunque a veces, visto desde fuera, así lo pudiera parecer.
Silencio Interior
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