Miércoles, 03/09/25
Corrientes de pensamiento y presencia de ser
«Busco a un hombre honesto.»
Diógenes
Tres grandes corrientes de pensamiento asolan nuestra sociedad:
- Materialismo
- Individualismo
- Igualitarismo
El materialismo ha desplazado sin clemencia alguna la idea de lo Sagrado, la Divinidad, lo superior, el misterio, la tradición… y con ello, la relación íntima del individuo con Dios, condenándole así a una absurda dependencia de la impermanente materia, esclavizándole a lo inútil de forma perpetua y creando un nuevo dios a quien adorar y someterse: el dinero, becerro de oro.
Al mismo tiempo, el individualismo ha aislado al hombre hasta hacerle prácticamente enloquecer con su ilusoria idea de poderosa autosuficiencia, sacrificando pareja y familia a cambio de vivir en una aparente libertad, transformada en angustiosa soledad, la cual trata de paliar distrayéndose con mascotas o tecnología, léase redes sociales, vulgar sucedáneo de las relaciones auténticas.
Por su lado, el igualitarismo ha impuesto la ley del “todos somos iguales”, cuando una evidente realidad por completo diferente, por opuesta, salta a la vista. Basta con observar las diferencias culturales y religiosas entre las diferentes etnias, por ejemplo, para comprender que la pretendida integración igualitaria no va a suceder jamás, tornándose tal ideología en una utopía más.
Ciertamente, no somos iguales, aunque una visión elevada al respecto permita apreciar que no somos iguales porque somos lo mismo; importante matiz a tener muy en cuenta. Sin embargo, esta visión metafísica de bien poco, o nada, va a servir cuando, por ejemplo, debido a una posible confrontación interreligiosa, sobrevenga un probable estallido social. Para entonces, las leyes de un igualitarismo impuesto a “calzador” van a ser despreciadas por incompatibles con la realidad.
De este modo, al haber perdido el contacto íntimo con la Divinidad por causa de un materialismo atroz que devora sin piedad la posibilidad de evolución de la consciencia, el hombre ha caído en las redes de maya, la ilusión primordial, al frente de un ego que, al margen de robar la felicidad, busca la autodestrucción del individuo, algo que se está consiguiendo a gran velocidad por medio de una individualidad extrema en la que se vive, aunque en realidad se agoniza de soledad.
Finalmente, al carecer de un pensamiento crítico, propio y objetivo, gestado en la reflexión profunda sobre todo lo percibido -cualidad olvidada en la noche de los tiempos-, existe un elevado número de probabilidades de que el ego, en su ignorancia metafísica, termine por confrontar con aquella otra realidad impuesta en la que no se vea reflejado, apareciendo así la posibilidad, más pronto que tarde, de un conflicto social tan superlativo como inevitable.
Hace mucho tiempo que el planeta está enfermo. Padece de «política», un cáncer con metástasis cuyas perversas células, nutridas por la ideología, impregnan de miseria todo lo que tocan, debido a su codicia desmedida, algo que parece ser su única razón de ser y existir. Sin duda que podríamos haber creado un paraíso en la Tierra, pero la ignorancia del ego nos ha llevado por derroteros autodestructivos. Quizás, y sólo quizás, ahora tan sólo queda esperar a ver si, tras la destrucción, el siguiente ciclo pueda ser de otra manera.
Sin duda que va a ser así. El ciclo «vida-muerte», «construcción-destrucción», etc. sucede desde que el hombre es hombre y así va a continuar, y lo hará con nosotros o sin nosotros. El hombre contemporáneo (2025) se ha dejado debilitar hasta verse convertido en un indolente títere al servicio de manos ocultas que tras hilos casi invisibles manipulan sociedades enteras a su antojo, conforme a sus intereses. Ese hombre ha traicionado a sus ancestros, aquellos hombres fuertes que lucharon por un mundo mejor y más libre hasta conseguirlo, muchos de ellos murieron en el intento.
Son los hombres débiles quienes han cometido el peor error: malvender su libertad a cambio comodidad y placer. Tal error tiene nombre, se llama Hedonismo. Se trata de aquella filosofía que hace gala de la búsqueda desenfrenada del placer como modo de vida, llegando incluso a malvender la libertad a cambio de comodidad y de un placer efímero. Es obvio que el precio final a pagar por semejante desidia va a ser muy elevado: un tremendo sufrimiento cuyos participantes no pueden llegar a imaginar ni siquiera en sus peores pesadillas.
¿Es suficiente con poder observarlo y darse cuenta de los hechos? Desde luego que no. Aunque darse cuenta es mucho, no es suficiente. Cualquier toma de consciencia es preciso acompañarla de un acto consecuente al darse cuenta. Como por ejemplo, escribir este artículo de opinión, debatir al respecto con los demás… Pero, sobre todo, lo que marcaría la diferencia sería desarrollar un pensamiento objetivo y crítico, acompañado de una rotunda negativa a caer en las redes de la comodidad y el placer, burdas trampas de un sistema de poder tan oculto como inclemente.
Sin duda que todo ello ayudaría a volver al hombre consciente de sí mismo. No existe ideología alguna que pueda soportar la luz de la consciencia. Los ideales, junto a todos sus “ismos”, caen desmoronados como un simple castillo de naipes -quizás como lo que son-, ante el hombre que ha despertado y se ha erigido sobre su consciencia para vivir dignamente desde su presencia de ser. Ese será un hombre liberado de la tiranía de la ignorancia a la que ha sido sometido quizás desde la inconsciencia, y por ello sin su consentimiento.
«Caminante sobre mar de nubes», 1818 – Caspar David Friedrich
Silencio Interior – Escuela
info@silenciointerior.net