Miércoles, 19/11/25
Abre los ojos
Vivimos en la sociedad de la distracción. Nos quieren constantemente entretenidos, y lo consiguen a través de mantener nuestra atención enganchada a un número de pantallas sin fin, señuelos de placer, luces de neón y series televisivas sin sentido alguno; al margen, por supuesto, de una ilimitada comodidad placentera. Todo ello siempre bien envuelto en una aparente sensación de seguridad.
Tal sistema social se sustenta de esclavos, no puede ser de otra manera. Esclavos que han cedido su libertad a cambio del “soma” del placer y la comodidad. En realidad, no nos tienen distraídos, ni tampoco entretenidos, sino que más bien estamos sometidos gracias a la debilidad que han sabido inducir en el ser humano contemporáneo.
Semejante sociedad se fundamenta sobre un solo pilar: la necesidad de supervivencia. El cual, a su vez, divide sus fuerzas en dos considerables puntos de apoyo: producción y consumo. “Vivo para producir. Produzco para consumir”. Ese es todo el sentido de la existencia del hombre actual, siglo XXI; también podría ser su lema.
Materialismo. Ciertamente, los cimientos sobre los que se han edificado todas las sociedades ha sido el materialismo, sobre todo en Occidente. No obstante, tal materialismo se veía compensado con la Religión. La idea de un Dios Creador, y la relación del hombre con Él, equilibraba de alguna manera el desaforado mundo material. O bien, la Filosofía, buscadora de una Verdad que, aunque conceptual, intentara paliar la superficialidad de una existencia basada exclusivamente en bienes materiales.
En la actualidad, el consumo ha derivado en la búsqueda del placer y la satisfacción inmediata. Ya no se desean bienes materiales, y mucho menos encontrar a Dios, o hallar la Verdad -aunque ambos términos sean sinónimos-, sino encontrar una brizna de efímero placer que permita huir, aunque sea por un solo instante, de la locura colectiva y carente de sentido en la que el hombre se siente instalado de manera consciente o inconsciente.
Por ello, la auténtica riqueza, el verdadero valor actual no es el dinero, sino el conocimiento; el cual, al contrario que el dinero, es un bien escaso. En efecto, la auténtica riqueza de hoy es el saber. Ese saber que astutamente ha sido enterrado en el olvido poniéndolo al aparente alcance de todos a través de una IA diabólicamente sesgada por unos parámetros impuestos desde los niveles más elevados de la pirámide social. ¿Con qué fin?
Y, si eso es lo que sucede con el conocimiento empírico o pragmático ¿qué decir de aquél otro saber metafísico y trascendental?, el cual contiene potencial sobrado como para abrir los ojos del individuo, mostrándole una realidad que alguien -no se sabe quién, ni tampoco por qué-, no quiere que bajo ningún concepto se conozca. ¿Por qué motivo se quiere al hombre ignorante, dormido y adocenado?
Semejante conocimiento metafísico es profundamente liberador porque de inmediato pone en entredicho el escenario de cartón, plástico y atractivas luces de neón en el que se ha encarcelado a una sociedad entera. Y lo que es peor: además, haciéndole creer a sus componentes que son libres. Libres y también felices, porque cada pocos años suponen que eligen a sus carceleros, cuando no sus verdugos.
Es difícil imaginar una perfección mayor en un sistema social, pero lo han conseguido. Lo han conseguido. Que un individuo abra los ojos y despierte ha pasado a ser algo anecdótico, y como tal será considerado como excéntrico, o… ¿cómo se dice ahora? ¡Ah, sí! “conspiranoico”. Es lo que tiene el nuevo lenguaje creado ¡con qué intención?. Así pues ¿qué se puede hacer para evitar ser excluido del grupo?, algo que horroriza al individuo gregario.
Sin duda, la solución pasa por embotar la mente con una maratón de series carentes de sentido, atiborrando el subconsciente de información irrelevante, cuando no tendenciosa y bloquear el sistema digestivo ingiriendo abundante comida basura. Pero, sobre todo, lo más recomendable es follar, y hacerlo sin límites, disipando así la valiosa energía sexual, al margen del riesgo de contagio de una ITS, las cuales -dicho sea de paso-, han aumentado en el último año un 10% (ver artículo).
El precio de la libertad es la soledad. Vivir despierto en una sociedad de dormidos no es fácil, pero sí posible; y para quien lo ha conseguido, es inevitable. La soledad pasa una intensa factura al ego y la personalidad. Y, además, se queda instalada a nuestro lado, como una fiel compañera. No, no es fácil encontrar en un océano de dormidos a alguien con quien compartir la singular lucidez que resulta de mantener los ojos bien abiertos.
Silencio Interior – Escuela
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