Sábado, 26/07/25

Mirar y ver

«Quien ha aprendido a ver lo invisible no puede ser engañado por apariencias.»

Shambhu

El hombre, como ser multidimensional que es, habita en varias dimensiones al mismo tiempo, aunque podrían resumirse básicamente en dos: la material -visible-, y la espiritual, -invisible-. Para complicarse la existencia al respecto se sugiere consultar la Teoría de Cuerdas. Muy interesante, pero de manifiesta inutilidad para nuestros fines.

De un lado, está la dimensión pragmática, de naturaleza lógica y racional, por lo que la mente y los sentidos pueden captarla sin problemas, al punto de llegar creer que tal es la única realidad existente. Evidentemente, para el investigador serio, esto es solo una verdad a medias, y ninguna verdad a medias puede jamás ser una verdad completa. Es preciso algo más.

Así pues, por un lado, el ser humano habita en la dimensión densa, visible y material, sometido a las dimensiones espacio-temporal-causal. Mientras que por otro lado, mora al mismo tiempo en una dimensión sutil, invisible e inmaterial, carente de toda lógica y razón, y que los sentidos y mente son incapaces de captar.

Esta dimensión metafísica está más allá del pragmatismo material y relativo, y su cualidad fundamental es lo constante, por invariable. Totalmente al contrario de lo que ocurre con la dimensión material, cuya naturaleza es la impermanencia y la transitoriedad, donde un cambio se sucede sobre otro sin cesar.

De este modo, absoluto y relativo conviven simultáneamente, aunque en la mayor parte de las ocasiones, el individuo común ni siquiera llega a sospechar la existencia de esta otra dimensión absoluta e invisible. Por ello, intentar separarlas, tal y como se pretende en algunos casos de supuesta búsqueda espiritual, de la verdad, de la iluminación o de Dios, con la intención de quedarse habitando sólo en una de ellas es sinónimo enajenación mental, como mínimo.

En ocasiones, el individuo puede conectar con la dimensión metafísica de manera puntual, por no decir que casual. No obstante, la mente clasificadora enseguida tratará de comprender lo experimentado, adjudicándole algún tipo de nombre: Dios, Universo, el Todo, Alá, Brahmán, Buddha, etc. conforme sea la cultura impuesta y aceptada. Así es como aparece un velo conformado de conceptos que lo único que consigue es opacar la percepción directa del hecho en sí.

El autodescubrimiento de nuestra auténtica y común naturaleza pasa por experimentar lo invisible al mismo tiempo que lo visible. Para llevar a buen puerto semejante labor es preciso realizar un refinado y constante trabajo de discernimiento entre lo Real y lo falso, entre lo verdadero, por constante, y lo ilusorio, por transitorio.

Paradójicamente, en esta aparente dualidad, conformada entre lo que la mente etiqueta como verdadero y falso, lo que se descubre es otra realidad mayor que subyace a su vez en todo el Universo, desde las galaxias hasta el átomo. Comprendiéndose, por vía de experiencia, que Todo es uno y lo mismo, y que, al unísono, toda aparente dualidad forma parte de la misma unidad.

Lo absoluto contiene a lo relativo, pero no es lo relativo. Del mismo modo que Dios está en la flor, pero no es la flor. Resulta pues imprescindible saber discernir entre lo absoluto y lo relativo. Para ello es necesario disponer de una mirada inquisidora que, no conformándose con las meras formas, busque ir más allá de ellas hasta encontrarse a sí misma en aquello que es observado.

 

Silencio Interior – Escuela

info@silenciointerior.net

 

 

 

Mirar y ver – 26/07