Si algo te ha ido bien a ti, ¿por qué no habría de irle bien a los demás? Este es el motivo por el que casi todos los profesores de yoga lo somos: un amor profundo e incondicional hacia los demás.

 

Al principio…

Comienzas a practicar yoga porque tus niveles de ansiedad son demasiado elevados y alguien te lo ha recomendado. O bien, porque tu salud está deteriorada y te han dicho que te vendría bien su práctica. También pudiera ocurrir que entras en el mundo del yoga por una intuición que has tenido, movido por la curiosidad, por algún libro que has leído, o porque conocías a alguien que lo practicaba.

Da igual la puerta por la que hayas entrado al mundo del yoga, el caso es que un día te encuentras sobre una esterilla y realizando movimientos que ni tu cuerpo ni tu mente pudieron tan siquiera imaginar. Al principio todo es extraño y misterioso. Mantras que se recitan, palabras que suenan igual y que parecen iguales, términos que exhalan aromas a Oriente, nombres de maestros de los que desconoces su enseñanza…

Sin embargo, poco a poco, te vas sumergiendo en una atmósfera singular. Algo sucede en la clase que te hace sentir bien. Al principio, lo achacas al movimiento físico suave y consciente, a la relajación del final, quizás sea por la serenidad del profesor o profesora, el olor a incienso… No lo sabes con exactitud, pero lo que sí sabes es que cuando sales a la calle respiras mejor, las luces brillan más, el cielo es más azul, sientes el cuerpo más liviano y emocionalmente te encuentras más equilibrado.

¿Qué es lo que ha sucedido? te preguntas. No lo sabes, pero sí tienes una certeza: el yoga funciona. Lo que te ha ocurrido es algo muy sencillo: a través de la práctica del yoga ha comenzado un proceso de sintonización con tu auténtica naturaleza. Día a día, las posturas (asanas) te han ido haciendo más consciente de tu cuerpo, del cual estabas desconectado. La mente se ha ido calmando, los pensamientos y emociones ya no te arrastran. Quizás no han desaparecido del todo, pero no te dejas llevar por la vorágine mental.

Entonces, de forma natural una experiencia singular te sucede, comienzas a sentir la conexión consciente con tu auténtica naturaleza, con lo que siempre has sido, eres y serás, pero que estaba opacado por el velo de la mente. Una agradable sensación de bienestar comienza a instalarse en ti de forma cada vez más permanente, y quieres más. Empiezas a practicar con más asiduidad. Tu práctica ya no se limita a la escuela o centro al que vas, sino que también practicas en casa.

 

Después…

Con todo ello, se te despierta la necesidad de saber más, de investigar sobre el yoga, de profundizar en todos los aspectos de esta filosofía milenaria que comenzaste a practicar casi como un juego o una necesidad. Y así, un nuevo mundo aparece ante ti y, como no podía ser de otra manera, la nueva información te llega.

A tu vida comienzan a llegar personas, libros, revistas, páginas webs, blogs, vídeos, lecturas, comentarios, kirtans, talleres, seminarios, retiros… Todo ello te permite explorar más aún en la teoría y práctica de esta ciencia del alma que tiene más de 5.000 años de antigüedad. Además, también nuevas experiencias y vivencias te comienzan a suceder.

Poco a poco, encuentras que las enseñanzas de los maestros empiezan a tener más y más sentido. Comienzas a comprender mejor el por qué de los asanas, de los mantras, la relajación, la respiración, la meditación… Todo este conjunto impacta en tu ser abriendo las puertas a un universo de nuevas posibilidades. ¿Qué posibilidades son éstas? Básicamente, la posibilidad del cambio y la transformación. Tu sed de conocimiento y auto-conocimiento está siendo satisfecha, sin embargo, anhelas más. ¿Cómo obtenerlo?

Dando lo que tienes a los demás. La sociedad contemporánea, tan volcada hacia el materialismo, se alimenta en función de la acumulación de bienes. Pero, paradójicamente, en el mundo del yoga y la espiritualidad, cuanto más das, cuanto más te das a ti mismo, más recibes. Es una ley no escrita, pero que todo el que la practica la ha experimentado.

 

La clave

Desde luego, se hace preciso romper esquemas mentales fuertemente grabados en el subconsciente (samskaras), trascender los límites habituales de la mente en los que habitualmente se vive, y muere. Pero, es que precisamente eso es el yoga. Trascender, ir más allá, liberarse de las ataduras mentales.

Yoga significa unión. En primer lugar, unión con uno mismo, y desde esa experiencia primera se produce la fusión consciente con el universo circundante. Fruto de tal unión, el término yoga se convierte también en sinónimo de libertad y liberación.

Sin duda, esta es una de las grandes lecciones del yoga: dar, compartir. Dar es la clave, porque si no te das a ti mismo, si no te vacías de todo lo aprendido entregándolo a los demás, no te puede llegar información nueva que te ayude a progresar en el proceso de crecimiento interior y comprensión. Si te aferras a tus bienes, tanto materiales como intelectuales, impides el libre fluido de la energía, obstaculizando el que a tu vida vengan cosas e ideas nuevas.

Además, tarde o temprano, lo quieras o no, te guste o no, tendrás que donar o abandonar todo lo que tienes. ¿No será mucho mejor hacerlo desde la comprensión consciente de las leyes espirituales?

Apenas sin darte cuenta tal comprensión sobreviene y comienzan a ocurrir cambios importantes en tu vida. La existencia comienza a transformarse casi de forma imperceptible gracias a una nueva forma de ver y comprender el mundo en que vives y la vida que eres.

Ocurrirá con suavidad, igual que en la práctica. Desaparecerán situaciones desagradables porque la relación con el mundo exterior la realizas desde otro lugar del mundo interior por completo diferente al que lo hacías antes. Las relaciones con los demás cambiarán… porque tú has cambiado.

 

Finalmente…

La transformación ha tenido lugar y comprendes que, aunque has sido tú y tu esfuerzo continuado día a día quien lo ha hecho posible, ha sido gracias al yoga. En este momento es cuando percibes al yoga como una herramienta que te gustaría compartir con los demás.

No tengas dudas al respecto, esta necesidad de compartir es el sentimiento que expresa un profundo amor. Porque, si algo te ha ido bien ¿por qué no habría de irle bien a los demás? Este es el motivo por el que casi todos los profesores de yoga lo somos: un amor profundo e incondicional hacia los demás. Lo que decía Madre Teresa de Calcuta es cierto:

Lo que no das, se pierde

 

Así, cuando comprendes la gran gema del conocimiento que posees y la infinita fuente de amor que el yoga despierta en ti, no te queda más remedio que responder ante el anhelo de compartir tal experiencia.

Feliz teoría y práctica 

Publicado por la Revista Espacio Humano – Junio – 2.012

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *